"El cansancio de la esperanza" (24-2-2019)

EL CANSANCIO DE LA ESPERANZA

      Queridos hermanos en el Señor:  

      Os deseo gracia y paz.  

      El 26 de enero, en la Eucaristía celebrada en la Catedral Basílica de Santa María la Antigua, en su viaje apostólico a Panamá, con ocasión de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud, el Santo Padre nos exhortaba a contemplar la fatiga de Jesús a partir de la escena de su encuentro con la mujer samaritana. San Juan escribe en su evangelio: “Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era la hora sexta” (Jn 4,6). Decía el Papa: “Al mediodía, cuando el sol se hace sentir con toda su fuerza y poder, lo encontramos junto al pozo. Necesitaba calmar y saciar la sed, refrescar sus pasos, recuperar fuerzas para poder continuar con su misión”. El Señor se fatigó. En su cansancio encontramos la fatiga de nuestros pueblos, de nuestras comunidades y de todos aquellos que están cansados y agobiados.  

      Las palabras del Santo Padre sonaron claras: “De un tiempo a esta parte no son pocas las veces que parece haberse instalado en nuestras comunidades una sutil especie de fatiga, que no tiene nada que ver con la fatiga del Señor. Y aquí tenemos que estar atentos. Se trata de una tentación que podríamos llamar el cansancio de la esperanza”. No se trata de la “peculiar fatiga del corazón” después de una jornada de esfuerzo y entrega, sino la fatiga ante el futuro cuando la realidad nos golpea “y pone en duda las fuerzas, los recursos y la viabilidad de la misión en este mundo tan cambiante y cuestionador”.      

      Según el Papa Francisco, es “un cansancio paralizante”, que nace “de mirar para adelante y no saber cómo reaccionar ante la intensidad y perplejidad de los cambios que como sociedad estamos atravesando”. Los cambios que cuestionan “nuestras formas de expresión y compromiso, nuestras costumbres y actitudes ante la realidad”. Los cambios que ponen en duda la viabilidad de nuestra vida y llegan a inmovilizar toda opción y opinión, donde parece que no tiene lugar lo que supo ser significativo e importante en otros tiempos. Podríamos llegar a pensar “que el Señor y nuestras comunidades no tienen ya nada que decir ni aportar en este nuevo mundo que se está gestando”.      

       Podemos acostumbrarnos a “vivir con una esperanza cansada frente al futuro incierto y desconocido, y esto deja espacio a que se instale un gris pragmatismo en el corazón de nuestras comunidades”. Leemos en Evangelii gaudium: “Así se gesta la mayor amenaza, que "es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad". Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como "el más preciado de los elixires del demonio"” (EG 83).      

       Según el Papa, tenemos que acercarnos al Señor. Hemos de abrirle la puerta de nuestra cansada esperanza “para volver sin miedo al pozo fundante del primer amor, cuando Jesús pasó por nuestro camino, nos miró con misericordia, y nos eligió y nos pidió seguirlo; al decirlo recuperamos la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los nuestros, el momento en que nos hizo sentir que nos amaba, que me amaba, y no solo de manera personal, también como comunidad”.      

       Necesitamos que el Espíritu Santo nos recuerde el encuentro, el paso salvífico de Dios a nuestro lado. Necesitamos volver al origen. Decía el Santo Padre: “ir a las raíces nos ayuda sin lugar a dudas a vivir el presente, y a vivirlo sin miedo. Tenemos necesidad de vivir sin miedo respondiendo a la vida con la pasión de estar empeñados con la historia, inmersos en las cosas. Con pasión de enamorados”.      

       Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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