Entre ayer, hoy y mañana (16-12-2018)

ENTRE AYER, HOY Y MAÑANA
     
      Queridos hermanos en el Señor:
      Os deseo gracia y paz.
     
      En el soneto “¡Ah de la vida…!”, Francisco de Quevedo escribe: “Ayer se fue; mañana no ha llegado; // hoy se está yendo sin parar un punto: // soy un fue, y un será, y un es cansado”.
      Cuando contemplamos las felicitaciones navideñas de años pasados, nos puede asaltar la nostalgia. Se agolpan los recuerdos. Fluyen los sentimientos. Hay demasiadas sillas vacías a nuestro alrededor. Sillas que, en otro tiempo, estaban ocupadas por nuestros seres más queridos. La mirada hacia el tiempo pasado puede llevarnos a la evidente conclusión de que “ayer se fue”. 
      El poeta expresa la fugacidad del tiempo con la expresión: “hoy se está yendo sin parar un punto”. Las horas de cada día pasan veloces. Su discurrir parece ser inexorable. No podemos atrapar en nuestras manos cerradas los minutos. Pero podemos darles sentido, color, calor, fragancia. Hoy es el tiempo de la siembra. Hoy es una oportunidad de gracia. En el evangelio según san Lucas aparece en tres ocasiones cruciales el adverbio “hoy”:
      1) “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21), es el comentario de Jesús tras la lectura de un texto del libro de Isaías en la sinagoga de Nazaret.
      2) “Hoy ha sido la salvación de esta casa” (Lc 19,9), dice Jesús a Zaqueo.
      3) “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43), promete Jesús al buen ladrón.   
      Podemos añadir la expresión “cada día”, característica de san Lucas, en la conocida frase de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23).
      Cada “hoy” no es una fuga. Cada día tiene su densidad, su consistencia, su sentido, su valor. Cada jornada no es simplemente el anhelo de un mañana que no ha llegado. El tiempo no es una huida. El tiempo es la medida de nuestra finitud anhelante de eternidad.
      Quevedo afirma: “soy un fue, y un será, y un es cansado”. Se presenta a sí mismo como tránsito y se muestra fatigado de su ser. Desde la perspectiva cristiana, nuestro propio ser no puede definirse solamente como cansado. Tal vez después de un trabajo intenso, después de un esfuerzo continuo, podemos estar extenuados, pero nuestro ser no es un “es cansado”, sino un “es enamorado”, un “es esperanzado”, un “es debilitado por la siembra, pero abierto a la fecundidad”.
      Tampoco somos mera apertura pasiva al “será”. Dios nos sale al encuentro desde el futuro. En Adviento, Jesucristo viene hacia nosotros. Su venida es un acontecimiento transformador. Dios nos sale al encuentro desde el amor que ni siquiera podemos intuir, ni imaginar. Dios viene hacia nosotros desde el amor que nos precede, nos envuelve, nos interpela, y nos envía. Dios se acerca a nosotros, pero no sin nosotros.
      Vemos a los niños y pensamos en sus posibilidades, en sus proyectos. No debemos quedarnos en el “mañana no ha llegado”. Lo que los niños serán mañana comienza a construirse hoy. Serán lo que se va edificando paso a paso. La luz del mañana se fragua antes de amanecer.
      Los jóvenes no son simplemente el futuro. Los padres sinodales lo recordaron el pasado mes de octubre en su “Carta a los jóvenes”: “Sois el presente, sed el futuro más luminoso”. Los jóvenes son ya presente. Necesitan ser escuchados, reconocidos, valorados, acompañados.
      Las personas mayores no deben repetir incesantemente las afirmaciones del poeta: “ayer se fue”, “soy un fue”. Se puede ser activo y con menos fuerzas. El paso de los años se puede valorar como experiencia para compartir y no solamente como peso del tiempo que añorar. El agradecimiento al Señor se hace día a día más consciente y mejor fundamentado.
     
       Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+ Julián Ruiz Martorell, obispo de Huesca y de Jaca

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