Celebramos la Pascua del Enfermo con respeto y amor. (10-5-2015).

CELEBRAMOS LA PASCUA DEL ENFERMO CON RESPETO Y AMOR

      Queridos hermanos en el Señor:  

      Os deseo gracia y paz.

       “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36). La Iglesia reconoce en los enfermos una presencia especial de Cristo sufriente.       

       El 10 de mayo celebramos la Pascua del Enfermo. El sexto domingo de Pascua dirigimos nuestra mirada hacia las personas enfermas y hacia quienes les prestan asistencia y cuidado: familiares, agentes sanitarios, voluntarios, visitadores de enfermos y todos los que colaboran en la Pastoral de la Salud.      

       La salud humana es vulnerable, a causa de la enfermedad, del desgaste físico, del deterioro psíquico, del envejecimiento y de la muerte. La enfermedad pone en crisis la propia identidad y plantea interrogantes fundamentales desde el punto de vista de la fe.      

       Los enfermos experimentan momentos de crisis, desorientación, descontento, soledad y tristeza. No está en nuestras manos eliminar el manantial de la enfermedad, pero conviene hacer todo lo posible para disminuir sus consecuencias.      

        Desde el reconocimiento de la dignidad humana de cualquier enfermo, sabemos que nuestro acercamiento a quien sufre tiene que hacer compatible la eficacia del tratamiento terapéutico y la caridad en el trato. Se necesita respeto y apoyo para ayudar a superar las dificultades cuando las condiciones de salud están deterioradas.      

       La soledad del sufrimiento queda superada en la cruz de Jesucristo. El Hijo de Dios ilumina la oscuridad del dolor. Jesucristo está a nuestro lado, lleva sobre sí el peso de nuestras enfermedades y nos revela el sentido del dolor. No como una respuesta teórica, sino con una presencia que acompaña.       En Jesucristo experimentamos el misterio del amor de Dios por nosotros. El amor infunde en nosotros esperanza y valor. Esperanza porque, en el designio de Dios, también la noche del dolor se abre a la luz de la Pascua; y valor para afrontar cualquier adversidad sintiendo a nuestro lado la presencia y la compañía del Señor.      

       Compartimos con los enfermos nuestro tiempo. Cada enfermo necesita tiempo para curar y tiempo para ser visitado, acompañado, escuchado y comprendido. Un acompañamiento, sustancialmente silencioso, no cargado de palabras estériles, sino abierto a la comunicación del corazón, que expresa cercanía y afecto, amor y consuelo.      

      Cristo crucificado nos habla a través del enfermo y hemos de escuchar la voz dolorida de quienes, en situaciones especiales de salud quebrantada, son testigos de un amor que es más fuerte que el dolor.       La fe auténtica, vivida en plenitud, es capaz de curar, de aliviar, y se convierte en fuente de salud. Hay muchos enfermos que dan testimonio de una fe robusta, probada, aquilatada en el dolor, pero exuberante de vitalidad y de valentía.      

      En el Año de la Vida Consagrada agradecemos el trabajo y el sacrificio de tantas personas consagradas que, con dedicación y constancia, entregan generosamente sus vidas al servicio de los más necesitados de cuidado y atención en el ámbito de la salud.        

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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