Alegraos en el Señor (14-12-2014).

ALEGRAOS EN EL SEÑOR

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz.

      En la oración colecta del tercer domingo de Adviento rezamos: “Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante”.      

      El profeta Isaías anuncia la llegada del mensajero que ha sido enviado “para dar la buena noticia a los que sufren”. Por eso afirma: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”. San Pablo exhorta en su primera carta a los Tesalonicenses: “Estad siempre alegres”. El motivo de la alegría profunda es la presencia de Dios en medio de nosotros.      

     La verdadera alegría consiste en sentir que nuestra existencia personal y comunitaria es visitada y colmada por un gran misterio, el misterio del amor de Dios. Para alegrarnos, necesitamos no sólo cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que responde a nuestros anhelos más profundos.       La seguridad de la cercanía del Señor que viene es el fundamento de la actitud de alegría de los cristianos durante el Adviento. Y como el Señor se acerca para darnos vida abundante, nos comprometemos en la misión de dar vida a los demás.      

      En “Evangelii gaudium” el Papa Francisco nos advierte del riesgo, cierto y permanente, de ser creyentes “resentidos, quejosos, sin vida” (EG 2), “evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos” (EG 10), de modo que se desarrolle en nosotros “la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo” (EG 83).      

      Por el contrario, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1).      

     El evangelio es radicalmente buena noticia, la máxima noticia. Somos más cristianos en la medida en que experimentamos un gozoso anuncio que cambia nuestros criterios, nuestras actitudes, nuestro modo de pensar y nuestra forma de actuar. Quien encuentra a Dios vive en alegría y paz. Una buena evangelización hace felices y una mala evangelización origina personas frías e indiferentes.  

     En la actualidad, el mundo nos ofrece sucedáneos de felicidad, un gozo efímero, de chatarra, basado en desperdicios y residuos, realidades aparentes y sin consistencia. Por otra parte, no encontramos paliativos eficaces ante el sufrimiento, la enfermedad, la ancianidad, la soledad, el fracaso y la muerte.      

      La auténtica alegría brota de la libertad interior y es consecuencia del esfuerzo creativo, del dolor fecundo, de la comunicación abierta y sincera, de la apertura incondicional y generosa, del testimonio decidido, de la pasión evangelizadora, del impulso misionero. Somos verdaderamente felices cuando experimentamos que el perdón gratifica más que la venganza; cuando sentimos que es mejor compartir que acaparar y derrochar; cuando somos conscientes de que es preferible entregarse al otro que aprovecharse de los demás; cuando nos decidimos a animar y ser fieles, en lugar de envidiar y traicionar; cuando nos esforzamos en comunicar el bien para que arraigue y se desarrolle.    

                  Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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