Año de la Vida Consagrada. (30-11-2014)

AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA        

     Queridos hermanos en el Señor:  

     Os deseo gracia y paz.

     Desde el primer domingo de Adviento (30 de noviembre) hasta el dos de febrero de 2016, la Iglesia celebra el Año de la Vida Consagrada. El lema es: “Vida consagrada en la Iglesia hoy. Evangelio, profecía, esperanza”. Con esta iniciativa se pretende agradecer el pasado reciente, vivir con pasión el presente y caminar con alegría y esperanza hacia el futuro.   

      A través de una consagración que tiene su raíz más íntima en el bautismo, las personas consagradas se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, ser en la Iglesia signo y anuncio explícito de la gloria del mundo futuro.      

     San Juan Pablo II escribió en la Exhortación apostólica “Vita consecrata”: “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús -virgen, pobre y obediente- tienen una típica y permanente "visibilidad" en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo” (VC 1).      

       La vida consagrada es como una especie de árbol, magnífico y lleno de ramas, que surge a partir de una semilla depositada por el mismo Dios, y de la cual han crecido diversas formas de vida y diferentes familias religiosas y apostólicas que se desarrollan para el bien de sus miembros, para el bien de toda la Iglesia y de toda la sociedad.      

       Nuestra Diócesis expresa públicamente el reconocimiento y la gratitud a todas las personas consagradas por su identidad y su misión, por lo que son y lo que hacen, por su ser, su hacer, su saber hacer y estar. Les agradecemos su testimonio, su generosidad, su impulso evangelizador y misionero. Les damos las gracias porque son testigos de la fe, centinelas de la esperanza y agentes primordiales de caridad.       La vida consagrada, enteramente evangélica y evangelizadora, en profunda comunión con los pastores de la Iglesia y en corresponsabilidad con los laicos, fieles a sus respectivos carismas, ofrece una significativa contribución a la Nueva Evangelización. La Nueva Evangelización requiere “nuevos evangelizadores”, personas que, independientemente de su edad y condiciones, estén abiertas para reconocer a Jesús y ser sus testigos, signos vivos de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.       El Papa Francisco escribe en su Exhortación apostólica “Evangelii gaudium”: “El Espíritu Santo también enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos carismas. Son dones para renovar y edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador” (EG 130).      

       Oramos para que el Señor suscite vocaciones para la vida consagrada, hombres y mujeres que respondan en la Iglesia a la hermosa vocación de vivir completamente entregados a Dios para estar dedicados gozosamente a su servicio en el amor a los hermanos.            

      Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca.

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