Día del Seminario: el cura de mi infancia.
Queridos Hermanos y amigos: paz y bien.
Con motivo de caer este año la festividad de San José en miércoles santo, siguiendo las indicaciones de la Conferencia Episcopal, se traslada al domingo 9 de marzo el Día del Seminario, en el que oraremos de modo especial y tendremos la colecta para nuestros jóvenes y su formación.
La semana pasada he debido visitar varios hospitales fuera y dentro de nuestra diócesis, para acercarme a sacerdotes enfermos. Unos, gracias a Dios, han sido dados de alta y otros, misterio de Dios, han fallecido: concretamente tres sacerdotes, que murieron el mismo día. Hice una petición al final de los tres funerales que presidí: que el Señor que llama a la eternidad a nuestros hermanos sacerdotes, llame también a jóvenes que en el tiempo puedan ser imágenes vivas de Cristo Sacerdote y Buen Pastor.
El corazón de un sacerdote, es un cofre de secretos. Las cosas por las que un buen cura sufre, aquellas por las que goza, la inquietud para llevar una buena noticia a los hombres, la solicitud en vendar heridas, tender puentes, acompañar soledades, calmar el hambre de Dios y repartir su gracia a raudales… todo eso está en ese cofre de secretos que es y significa el corazón de un buen sacerdote.
En mi tierna infancia me encontré con uno de los curas de mi parroquia que nos marcó a los chavales de catequesis. Le veíamos alto y grande con su sotana limpia y sencilla. Y nuestros ojos de chiquillos le observaban rezar su breviario, y visitar al Señor en la iglesia, y preparar las charlas de catequesis y sus homilías cercanas y jugosas. También le veíamos jugar con nosotros al balón, o se venía a la montaña o a nadar, y sabía tener un humor sano y tierno que provocaba nuestra sonrisa más duradera sin burla y sin traición. Cuando íbamos creciendo, acompañaba nuestras preguntas de adultos noveles, fortaleciendo nuestras certezas creyentes y desmantelando nuestras trampas egoistonas. Y con los abuelos y los enfermos, o con los novios que empezaban a hacer proyectos de sus enamorados sueños de amor, para todos tenía una palabra, una caricia, sencillamente para todos él tenía un don.
Nos enseñó a leer novelas que hablaban de la vida y sus requiebros, y lo mismo hacía con las buenas películas que acertaba a presentarnos, e incluso hacía alguna incursión en las músicas en boga reparando nuestros ritmos distraídos al subrayarnos con interés la letra de alguna canción. Nuestro cura no era un coleguita, ni él lo pretendía. Era sin más un cura para hablarnos de Dios y repartirnos su gracia, mientras acompañaba nuestra vida y edad.
Tanto es así, que un grupo de nosotros nos sentimos conmovidos por nuestro cura, y nos sentimos movidos a preguntarnos si así nos quería Dios. No todos descubrimos ahí nuestro camino, pero los que sí lo reconocimos como tal, pudimos decir después: Dios da la vocación, pero nos la sugiere a través de alguien que ya la vive con gozo, con serenidad, con pasión. Dios es quien da la vocación, sí, pero deja en las manos de los que ya ha llamado el ser para otros una pro-vocación.
Toda una responsabilidad en la vivencia de nuestro sacerdocio, porque preguntarnos por el Seminario es para nosotros sacerdotes preguntarnos por nuestro ministerio. Recemos por nuestro Seminario, colaboremos a su sostenimiento económico, ayudemos a los formadores y profesores, y sobre todo pidamos al Señor que no deje de enviarnos más jóvenes para que, debidamente formados, lleguen a ser verdaderos sacerdotes según el corazón de Dios. En ello nos jugamos demasiado para nuestra Diócesis.
Recibid mi afecto y mi bendición.
Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca