Comentario evangélico. Pentecostés, ciclo B.

¿Dónde está el lugar del cristiano?

       En medio del mundo. Si recuerdan, la semana pasada la pregunta era “¿dónde está el trono de Dios?” y la respuesta “a la derecha del Padre”, añadiendo un matiz importante: estando a la derecha del Padre, está más cerca de todos y cada uno de los seres humanos, con independencia del espacio y del tiempo. Hoy la pregunta viene a nuestro terreno: ¿cuál es el lugar del cristiano? La respuesta es “en medio del mundo”. Aunque habrá que añadir algún matiz también muy importante: buscando los bienes de allá arriba, donde está Dios.

        Si la Ascensión inauguró un nuevo modo de presencia del Señor, Pentecostés es la puesta de largo de la Iglesia, con el bellísimo ropaje y nada ostentoso de su misión en el mundo. Una misión única que consiste en proclamar en todas las lenguas que hablan los hombres que “Jesús es Señor”. Proclamarlo, además, “bajo la acción del Espíritu Santo”, única garantía de que el nombre del Salvador sea anunciado en verdad y en caridad y de que la comunidad que lo anuncia sea verdadera Iglesia. Si el contenido del anuncio -del buen anuncio- es Jesús, el canal admite variedad. Una variedad que no responde al capricho personal o a la ideología del individuo, sino al carisma recibido. Es el Espíritu quien suscita los carismas y los armoniza para que la Iglesia pueda vivir en la paz de Jesús.

       ¿Cómo conocer tu carisma?  Estando en el cenáculo. ¡Y el nuevo cenáculo es la Iglesia! Reunidos en torno a María, en oración, ofreciendo una y otra vez el sacrificio eucarístico -como los apóstoles- es como los cristianos reconocemos la voz del Maestro interior que nos conduce como buen pastor. Si quieres oír al Espíritu, cultiva el espíritu. Es verdad que si vives apasionadamente el mundo, encontrarás muchas llamadas e innumerables interpelaciones; pero en el mundo no están las respuestas: las respuestas están en el que “da consistencia al universo” y “no ignora ningún sonido”. Él habita en nuestro interior, derramando sin cesar el amor de Dios. Pero es celoso y quiere que lo busques, que lo invoques, que le hagas sitio. Por eso solo hay un camino: oración y sacramento de la penitencia. Son los modos de buscarle y hacerle sitio. Esta convicción es la que añade el necesario matiz al que aludía: solo serviremos al mundo, si sabemos que somos “ciudadanos del cielo”. Este es el plus de la acción caritativa y social que desempeña la Iglesia, que cumplen los cristianos. Es específico y no puede desempeñarlo quien no se ha encontrado con el Señor. Desde hace unos meses viene repetidamente a mi memoria cómo san Juan Pablo II, al entregar el nuevo milenio a Dios, no cesaba de repetir que las parroquias deben ser “escuelas de oración”, en las que “conocer el rostro de Cristo”. Quizá esta sea una de las urgencias más graves para llevar a cabo la nueva evangelización que quiere hacer partícipes a todos los hombres del gaudium, del gozo del evangelio.

        María, bienaventurada y plena de gracia, sabe cómo dar respuesta a esta llamada. Pregúntale.

+José Antonio Calvo Gracia.

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