Comentario evangélico. Domingo · Pascua, ciclo B.

Así estaba escrito

     Se presentó en medio de ellos. Les saludó. Ante su perplejidad, les mostró sus llagas gloriosas. Comió y les recordó: “Así estaba escrito”. Entonces “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Solo él, solo su presencia, es la garantía del conocimiento sapiencial de la Palabra. Aunque de hecho las Escrituras Sagradas son presencia de Jesucristo en medio de la Iglesia, es preciso caer en la cuenta y hacer un acto de fe para poder darle la mano y dejar que hable, que pronuncié esa palabra nueva que me dice y te dice, que nos cambia.

     Nunca en la Iglesia se habían hecho tantos esfuerzos para que la Palabra llegara a todos los miembros del cuerpo de Cristo y, sin embargo, … Sin embargo, la Biblia sigue siendo una gran desconocida bien porque el lector se queda en lo anecdótico o en el dato erudito, bien porque se pasa por el tamiz del subjetivismo. Bien porque el lector no es un orante, bien porque no está dispuesto a dejar su anonimato y confrontar su vida seriamente ante la Buena Noticia, que es dulce y amarga a la vez.

      En todo caso, el evangelio dominical nos permite vislumbrar el momento en el cual los discípulos comienzan a entender: comiendo con Jesús resucitado. Nuestra comida dominical con Jesús, nuestra eucaristía del domingo, es nuestra pascua semanal; nuestra comida cotidiana con Jesús, nuestra misa de cada jornada, es nuestra pascua diaria. Solo en la proclamación convivial se abre el entendimiento y se crean testigos. Dicho esto, es preciso aclarar que esta lectura litúrgica y eucarística de las Escrituras es necesaria, pero no es suficiente para que toda la vida sea un diálogo con Dios. Hay que añadirle la lectura piadosa y personal de la Biblia, bajo la guía del Espíritu Santo, con la humildad y la alegría de pertenecer a la Iglesia de los sacramentos, en la que hay pastores y maestros de fe. Es lo que los monjes medievales empezaron a llamar lectio divina. Algo que los papas más cercanos a nosotros en el tiempo y en la estima no han dejado de recomendar: dedica tu mejor tiempo de cada día a dejar que resuene la Palabra en tu vida. Comienza por los evangelios, quizá por el de san Juan. Te surgirán preguntas que llevarás a la Eucaristía y tendrás respuestas. O al revés, escucharás la proclamación de la Palabra en la misa y te volverás a tu casa con una incógnita o con una inquietud que solo satisfarás llevándola a la meditación personal de la Palabra. En algún momento, tendrás que preguntar a un sacerdote: ¡pues para eso están!

       No soy quién para hacer promesas, pero te aseguro que si dedicas la mejor hora del día a contemplar las Escrituras Sagradas, verás como el tiempo que dedicas al servicio de los demás gana en calidad. Poco a poco, irás guardando todas estas cosas en tu corazón, como María, y así podrás estar con Jesús en todo momento.

José Antonio Calvo Gracia.

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