Comentario evangélico. Domingo 6 Ordinario, ciclo B.

Con grandes ponderaciones

      Así dice el evangelista san Marcos: “empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones”. Y podría parecernos que este leproso curado era un exagerado. Y también podríamos pensar que si a ti o a mí el Señor nos hubiese curado de la lepra, no hubiésemos dudado en anunciar a todos y por todos los medios la grandeza de quien nos ha hecho semejante merced. Por muy dados a las exageraciones que seamos, si nos curan de una enfermedad incurable, hablaremos con la evidencia al menos subjetiva de que nuestro médico es el más grande del orbe.

     Por otra parte, entre la primera lectura de este domingo y el evangelio, queda patente el cambio de tiempo que acontece con Jesús. Y el cambio de la realidad del sacerdocio. En la ley levítica, el sacerdote declara al enfermo de lepra impuro y lo expulsa del campamento. En la ley nueva, el sacerdote, Jesucristo, cura al leproso, lo purifica y lo devuelve al pueblo. En la ley antigua, el sacerdote mostraba los pecados y quedaban condenados. En la ley nueva, el sacerdote los perdona, los elimina, devolviendo al pecador a su lugar originario, al puesto que tiene en el plan de Dios.

       A las puertas de la Cuaresma, una de las posibles lecturas de este fragmento del evangelio es la de mostrar la realidad sacramental de la iglesia, de los sacramentos y del sacerdocio. En la iglesia de los sacramentos, la denuncia siempre se queda corta, porque la denuncia no salva. La denuncia siempre es antigua, siempre va tarde y retarda a quienes solo viven de ella. En la iglesia de los sacramentos, Cristo cura. El Señor examina la herida, siente lástima, cura y devuelve la dignidad al enfermo sano. Este encuentro curativo se realiza en el sacramento de la penitencia o de la reconciliación. Alguno podría pensar que es suficiente con que Cristo perdone los pecados en general para estar curado. Pero no, esto no es así. Tu encuentro con Cristo, a través del sacerdote, es una “visita” al mejor de los médicos, a quien mejor conoce e interpreta tu historia clínica. Con su sabiduría y misericordia, te cura y te prepara el tratamiento. Ser miembro de la Iglesia y no acercarte a la confesión, sería como tener a la mano el tratamiento y no seguirlo. Como que te duela la cabeza, tener la aspirina en la mesilla y no tomártela.

      Quien ha probado la liberación de sus dolencias y de sus pecados salta de alegría y divulga “el hecho con grandes ponderaciones”. A esos cristianos con cara triste, ¿por qué no te acercas al médico? Cuando te haya curado, no te podrás callar. Esto también es nueva evangelización. A María le decimos que nos coja de la mano y nos lleve a la Pascua, que, por cierto, ya se ve en el horizonte.

José Antonio Calvo Gracia

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