Orar siempre y sin desfallecer (16-10-2022)

ORAR SIEMPRE Y SIN DESFALLECER

    Queridos hermanos en el Señor:
    Os deseo gracia y paz.

    “Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer” (Lc 18,1). Estas palabras nos exhortan a la oración permanente, continuada, confiada. Es preciso orar siempre, en cualquier momento y en todas las circunstancias. Y hay que hacerlo sin perder el ánimo, sin desfallecer.
    Orar no es una actividad únicamente humana, no es una labor, un “quehacer”. Orar es un encuentro. La oración es lo que sucede en nosotros y en el corazón de Dios cuando nos situamos ante Él. No se trata solamente de “estar”, sino de “ser” ante Él. Es más un regalo recibido que un producto trabajado y conseguido con nuestro esfuerzo.
     Si percibimos la presencia de Dios en nuestras vidas superficialmente, en la marea de preocupaciones y angustias, corre el riesgo de quedar ahogada. Pero si esta presencia es acogida en lo hondo, en el secreto y la conciencia más profunda de nuestro ser, puede convertirse en fecunda y producir abundante fruto.
Según Santa Teresa de Jesús, “para buscar a Dios no es menester alas, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí” (Camino de perfección, 28,2). Encontrar a Dios en la profundidad personal nos constituye en “orantes”. La oración es una relación de amistad con Dios.
     ¿Y cómo se puede hablar con Dios? Él mismo ha hablado con nosotros en muchas ocasiones y de muy diversas maneras. Y, de modo especial, lo hace enviándonos a su Hijo y entregándonos su Espíritu Santo.
En el diálogo con Dios que es la oración, lo primero es escuchar. Cuando se proclama la Sagrada Escritura, y la acogemos con fe viva, escuchamos al Dios vivo y verdadero. Según la constitución “Dei Verbum, “en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual” (DV 21).
     San Ignacio de Loyola nos anima a meditar los hechos de la vida de Jesús, como si nos halláramos presentes, especialmente los de su infancia, pasión, muerte y resurrección. La contemplación que propone San Ignacio es un mirar a Jesús afectivamente, un dejar que nuestros afectos, nuestros sentimientos y toda nuestra persona queden como invadidos por Él. Mirarle a Él en las escenas de su vida para “conocerle internamente” y así “amarle y seguirle más”.

     Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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