Abramos neustros ojos para mirar las miserias del mundo (20-12-2015)

ABRAMOS NUESTROS OJOS PARA MIRAR LAS MISERIAS DEL MUNDO”

      Queridos hermanos en el Señor:  Os deseo gracia y paz. 

       En lo más íntimo de cada ser humano está inscrita la aspiración a la alegría. Experimentamos alegrías superficiales y pasajeras, pero tenemos sed de una alegría plena y perdurable.      

       La alegría tiene su origen en Dios, porque Él es comunión de amor eterno, es alegría eterna y difusiva. Dios nos ha creado por amor, para derramar sobre nosotros su amor y colmarnos de su presencia y su gracia.      

        En la celebración de la Pascua judía, en la segunda copa de vino se recuerdan las plagas de Egipto y el sufrimiento de los egipcios, que endurecieron sus corazones en contra de Dios. Los judíos extraen unas gotas de vino, recordando que el gozo disminuye con el sufrimiento de los demás.      

        Ante la celebración de la Navidad, nuestra alegría no puede ser completa cuando miramos a nuestro alrededor y vemos a tantas personas que sufren, en silencio o en queja dramática, enfermedad, incomprensión, soledad, injusticia, desvalimiento, pobreza, exclusión social e inseguridad.      

         La celebración de la Natividad del Señor no es solamente el recuerdo de la Navidad histórica de Belén. Nuestra fiesta contiene la realidad misma que conmemora. Jesucristo sigue viniendo para estar junto a cada persona, en el interior de la persona. Jesucristo desea seguir viviendo con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros. Nos hace solidarios de su persona y de su destino.      

        Cuando Dios viene, se advierte su presencia, porque la vida cambia. A cada persona se le ofrece la posibilidad de ser un reflejo de la presencia divina. Jesucristo se acerca a toda la humanidad, sin excepciones. También a aquellas personas a las que la sociedad descarta y desecha.      

        En Adviento aprendemos a disponer nuestros corazones para acoger al Señor que viene. Y, simultáneamente, realizamos la experiencia de “abrir nuestro corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales” (Misericordiae vultus 15).      

        En el número 15 de la Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, el Papa Francisco dirige una urgente exhortación a la Iglesia que está llamada “a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención” (MV 25).      

        El Santo Padre nos dice: “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Que nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad” (MV 25).      

         Adviento ilumina nuestro camino y nos infunde esperanza. La cercanía a los más necesitados se fundamenta en una experiencia fuerte de Dios, en una sólida espiritualidad que dé consistencia al compromiso de cada día, “una espiritualidad trinitaria que hunde sus raíces en la entraña de nuestro Dios, una espiritualidad encarnada y de ojos y oídos abiertos a los pobres, una espiritualidad de la ternura y de la gracia, una espiritualidad transformadora, pascual y eucarística” (Conferencia Episcopal Española, Iglesia, servidora de los pobres 38).            

         Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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