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AÑO DE LA MISERICORDIA: REFLEXIÓN DESDE LAS BIENAVENTURANZAS

 

El Jubileo Extraordinario de la Misericordia (8-12-2015 - 20-11-2016)

REFLEXIÓN DESDE LA BIENAVENTURANZA: “Los misericordiosos tendrán misericordia” Fernando Jordán

ÍNDICE

1. Por qué un Jubileo extraordinario de la misericordia 5

2. El año de la misericordia     6

3. Bienaventurados los misericordiosos   9

4. La verdadera misericordia se da desde la debilidad 11

5. Vivir la misericordia desde nuestra propia verdad 14

6. La vivencia de la propia miseria ante los demás  15

7. A nosotros nos toca elegir     18

       Salmo desde la Misericordia    19

       Para reflexionar…      20

1. POR QUÉ UN JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA La Bula Misericordae Vultus fue publicada el día 11 de abril de 2015, cuando todavía resonaba en todos los cristianos el saludo de Jesús Resucitado a sus discípulos la tarde de Pascua: “Paz a vosotros” (Jn 20,19). La paz sigue siendo el deseo de toda persona de buena voluntad, frente a quienes sufren la violencia inaudita de la discriminación y las guerras. De entrada nos podemos preguntar: ¿por qué hoy un Jubileo de la Misericordia? La respuesta tal vez es sencilla: porque la Iglesia, en este momento de grandes cambios históricos, está llamada a ofrecer con mayor intensidad los signos de la presencia, la cercanía y el perdón de Dios. Éste no es un tiempo para estar distraídos, sino al contrario para permanecer alerta y despertar en nosotros la capacidad de ver lo esencial. Es el tiempo para que la Iglesia redescubra el sentido de la misión que el Señor Resucitado le ha confiado: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre (cf. Jn 20,21-23). Por eso es: - Un Año Santo que tiene que mantener vivo el deseo de saber descubrir los muchos signos de ternura que Dios ofrece al mundo entero y de modo especial a cuantos sufren, se encuentran solos y abandonados, o sin esperanza de ser perdonados y sentirse amados por el Padre. - Un Año Santo para sentir intensamente dentro de nosotros la alegría de haber sido encontrados por Jesús, que, como Buen Pastor, ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos. - Un Jubileo para percibir el calor de su amor cuando nos carga sobre sus hombros para llevarnos de nuevo a la casa del Padre. - Un Año para ser tocados por el Señor Jesús y transformados por su misericordia, para convertirnos también nosotros en testigos de misericordia. Para esto es el Jubileo. Porque es el tiempo de la misericordia, es el tiempo favorable para curar las heridas, para no cansarnos de buscar a cuantos esperan ver y tocar con la mano los signos de la cercanía de Dios, para ofrecer a todos, a todos, el camino del perdón y de la reconciliación. (Cfr. Homilía del Papa en la presentación del Jubileo de la Misericordia, 11, abril, 2015).

2. EL AÑO DE LA MISERICORDIA La Bula se compone de 25 números. El Papa Francisco describe los rasgos más sobresalientes de la misericordia situando el tema ante todo, bajo la luz del rostro de Cristo. La misericordia no es una palabra abstracta, sino un rostro para reconocer, contemplar y servir. La Bula se desarrolla en clave trinitaria (números 6-9) y se extiende en la descripción de la Iglesia como un signo creíble de la misericordia: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” (n. 10). Francisco destaca las etapas principales del Jubileo. - La apertura que coincide con el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II: “La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo” (n. 4). - La conclusión que tendrá lugar “en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia. Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo, esperando que difunda su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro” (n. 5). Una peculiaridad de este Año Santo es que se celebra no sólo en Roma, sino también en todas las demás diócesis del mundo. La Puerta Santa será abierta por el Papa en San Pedro el 8 de diciembre y el domingo siguiente en todas las iglesias del mundo. Otra de las novedades es que el Papa da la posibilidad de abrir la Puerta Santa también en los santuarios, meta de muchos peregrinos. El Papa Francisco, recupera la enseñanza de San Juan XXIII, que hablaba de la “medicina de la Misericordia” y de Pablo VI que identificó la espiritualidad del Vaticano II con la del samaritano. La Bula también explica algunos aspectos sobresalientes del Jubileo: - El lema “Misericordiosos como el Padre”, - El sentido de la peregrinación, - La necesidad del perdón. El tema que interesa particularmente al Papa se encuentra en el n. 15: las obras de misericordia espirituales y corporales deben redescubrirse “para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina.”. Otra indicación atañe a la Cuaresma con el envío de los “Misioneros de la Misericordia” (n. 18), nueva y original iniciativa con la que el Papa quiere resaltar de forma aún más concreta su cuidado pastoral. El n. 19 es un firme llamamiento contra la violencia organizada y contra las personas “promotoras o cómplices” de la corrupción. Son palabras muy fuertes con las que el Papa denuncia esta “llaga putrefacta” e insiste para que en este Año Santo haya una verdadera conversión: “¡Éste es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Éste es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Delante a tantos crímenes cometidos, escuchad el llanto de todas las personas depredadas por vosotros de la vida, de la familia, de los afectos y de la dignidad. Seguir como estáis es sólo fuente de arrogancia, de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto de lo que ahora pensáis. El Papa os tiende la mano. Está dispuesto a escucharos. Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia” (n. 19). El Papa trata en los nn. 20-21 el tema de la relación entre la justicia y la misericordia, no deteniéndose en una visión legalista sino apuntando a un camino que desemboca en el amor misericordioso. La referencia a la Indulgencia como tema tradicional del Jubileo se expresa en el n. 22. Un último aspecto original es el de la misericordia como tema común a Judíos y Musulmanes: “Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocerlas y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación” (n. 23). El deseo del Papa es que este Año, vivido también en la compartición de la misericordia de Dios, pueda convertirse en una oportunidad para “vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. […] En este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: «Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos»” (n. 25).

3. BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS Las Bienaventuranzas marcan lo esencial del Evangelio. Son un reflejo de lo que Jesús vivió. No podemos ver en ellas una moral, unas normas de comportamiento. Lo que importa es convencernos de que las Bienaventuranzas son la experiencia que tiene Jesús de lo que es la vida del hombre y de lo que merece la pena en la relación con el prójimo. Esta experiencia Jesús la adquirió en Nazaret. La 5ª Bienaventuranza que nos dice “bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia”, hace una apuesta por la felicidad desde quienes optan por “tener entrañas de madre” y desde el anonadamiento, revelándonos lo más profundo del hombre y lo más escondido de nuestro ser. Todas las Bienaventuranzas engarzan con algo, a primera vista opuesto a los caminos que nosotros creemos y pensamos que nos han de llevar a la felicidad. Apuntan a posibilitar una fraternidad real y objetiva. Pero ésta, quizás, es la que desciende a unos niveles más profundos y como consecuencia facilita y hace más radical la fraternidad. Nos ayuda a no caer en una fraternidad ilusoria, teórica, bella e incluso cínica; es decir, desigual y por tanto no verdadera fraternidad. La Bienaventuranza de la misericordia viene a desenmascarar el camuflaje de la “falsa imagen” que todos arrastramos y que rompe la fraternidad. Nos ayuda a vivir en la casa común de todos. En el argot popular, la palabra misericordia no tiene “buena prensa”. Da la impresión que suena a algo trasnochado, es más, parece tener una dimensión paternalista. De ahí, que en muchas ocasiones oímos la expresión “no quiero que tengan misericordia de mí”, “no quiero que me compadezca nadie”. Sin embargo, es fundamental ir descubriendo lo que significa el concepto “misericordia”. La Sagrada Escritura nos ayuda a ello: - En el libro del Éxodo, 22,20; 23,9, nos encontramos con una expresión bíblica que resuena en nuestros oídos y corazones de modo especial en nuestros días: “No maltratarás ni oprimirás al extranjero, porque también vosotros fuisteis extranjeros en tierra de Egipto”. - Con la misma claridad y exigencia se manifiesta el libro del Deuteronomio, 15 12-15: “Si un hermano hebreo o hebrea se vende a ti, te servirá 6 años (se vende como esclavo). Al séptimo lo dejarás libre y al darle la libertad no lo enviarás con las manos vacías, sino que le darás a título de regalo algo de tu ganado, de tu era, de tu lagar, haciéndole partícipe de los bienes con que el Señor tu Dios te bendice a ti. Recuerda que fuiste esclavo en la tierra de Egipto y que Yahvé tu Dios te rescató. Por esto te ordeno esto hoy”. La misericordia no es una teoría, ni un programa educativo, ni surge desde “arriba”, desde la distancia y los programas pastorales. Sólo cuando me hago cargo de la situación del otro y me acerco con sensibilidad desde mi propia miseria, comienzo a entender lo que es la misericordia. De lo contrario no hay posibilidad de misericordia.

4. LA VERDADERA MISERICORDIA SE DA DESDE LA DEBILIDAD Cuando escribe Pablo a la comunidad de Corinto (2Cor 5,21) nos dice sobre Jesús: “Al que no conoció pecado le hizo (el Padre) pecado en lugar nuestro, para que seamos justicia de Dios en Él”. La expresión “le hizo pecado” nos indica que la misericordia de Jesús no va a ser una misericordia desde “arriba”, sino una misericordia desde la debilidad, desde la experiencia de lo que es la miseria. En la carta a los Hebreos 2,17-18 se manifiesta esto con mayor claridad: “Por lo cual debió hacerse en todo semejante a los hermanos, para convertirse en pontífice misericordioso y fiel ante Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Pues por el hecho de haber sufrido y haber sido probado, está capacitado para venir en ayuda de aquellos que están sometidos a prueba”. Esta claridad del mensaje nos indica que sin la experiencia de la debilidad, la tentación, el rechazo, la miseria, no hubiese sido posible llegar a ser pontífice misericordioso y no hubiese estado capacitado para venir en ayuda de quienes viven atrapados por la debilidad y la prueba. Sólo desde la autenticidad y el reconocimiento de “mí” y “nuestra” debilidad podremos acercarnos en ayuda de aquellos que necesitan nuestra misericordia. Desde la seguridad y la certeza de mi verdad ayudaré a distancia, comprenderé desde lejos, pero mi camino no será el de Jesús, sino el programado por cada uno de nosotros. Jesús porque fue sometido a la prueba y sufrió en su propia carne, nos comprende y nos ayuda. La prueba personal es una condición para ser misericordioso con los demás. La suficiencia es una de las cargas que todos llevados dentro. En Jn 1,46 encontramos la respuesta de Natanael, cuando le dicen: “Hemos descubierto al Mesías”. Él responde: “Pero, ¿de Nazaret puede salir algo bueno?”. Aquí se nos indica que la localización, el lugar donde Él se crio fue motivo de desprecio. Jesús no fue valorado por pertenecer al origen de un pueblo insignificante. Nos encontramos con un texto todavía más curioso, Mc 10,17-18: “Cuando salió Jesús por el camino, un hombre corrió a preguntarle, arrodillándose ante Él: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios”. Nosotros, en los ambientes especialmente de pobreza y miseria social nos diríamos a nosotros mismos: “Menos mal que te has encontrado conmigo que soy bueno y te voy a ayudar”. En estos pasajes bíblicos, y en otros muchos, podemos descubrir esa hermosa afirmación de Mt 11,29: “Que soy manso y humilde de corazón”. Nos muestra que la persona de Jesús no se apoya en el prestigio y el poder, sino en la sencillez. Nosotros, sólo en la medida en que somos misericordiosos podremos alcanzar misericordia, pero no podemos serlo si no experimentamos la propia miseria. Para ilustrar qué es vivir la misericordia nos puede ayudar el pasaje de Jn 8, sobre la adúltera: “Jesús se fue al monte del olivar y al amanecer estaba de nuevo en el templo. Todo el mundo acudía a Él y Él, sentado, les enseñaba. Le llevaron entonces los escribas y fariseos una mujer sorprendida en adulterio y poniéndola en medio le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. En la Ley, Moisés nos manda apedrear a estas mujeres. Tú ¿qué dices? Decían esto para probarlo y tener de qué acusarlo. Pero Jesús, agachándose se puso a escribir en tierra. Y como insistieran en preguntarle, se alzó y les dijo: El que de vosotros no tenga pecado, tírele una piedra el primero. Y agachándose otra vez continuó escribiendo en tierra. A estas palabras, ellos se fueron uno tras otro, comenzando por los más ancianos y se quedó Jesús sólo con la mujer que estaba en medio. Entonces se alzó Jesús y le dijo: Mujer, ¿dónde están, ninguno te condenó? Y ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno, vete y no peques más”. En este pasaje es muy importante la situación previa y la situación que existe después. La previa es que ciertamente esa mujer ha cometido adulterio. La ponen en medio y cuando le están acusando, nos encontramos con que están en medio la mujer y Jesús. Los escribas van a por Jesús, lo desprecian totalmente, lo rechazan radicalmente y la mujer va a ser el pretexto. Pero entre la mujer y ellos (los escribas acusadores) hay una muralla que los distingue: <<Nosotros, no somos esa mujer>>. Aquí manifiestan su situación de seguridad, ya que ellos no habían cometido adulterio y por eso podían acusarla. La debilidad de esa mujer es la base para que estos hombres se considerasen superiores a ella. ¿Qué hace Jesús? Primero parece que no hace mucho caso a las acusaciones, pero luego cuando le insisten, les contesta con claridad meridiana: “El que de vosotros no tenga pecado que le tire la primera piedra”. Debemos prestar mucha atención a los detalles y gestos de Jesús en este pasaje. Se pone otra vez a escribir; la mujer está sorprendida de todo lo que está aconteciendo…Lo que pretende Jesús es minar la seguridad de los acusadores; es decir, aquello que les hacía sentirse seguros y superiores frente a la mujer. Lo que se descubre en este texto es que la seguridad de estos hombres es falsa y que están pisando el mismo estiércol que ella. En ese momento se ofrece la posibilidad de ayudarse mutuamente ya que todos están necesitados de misericordia. Igual nos pasa a nosotros. No hay cabida para la condenación de unos a otros, porque todos somos de barro y somos hermanos. Cuando Jesús nos desmonta el creernos superiores y nos ofrece la posibilidad de vivir una relación fraterna, de igualdad, no de superioridad, no de prestigio por nuestra parte; entonces descubrimos que somos bienaventurados por ser misericordiosos. Nuestra ayuda, nuestra supuesta “misericordia” y nuestro “servicio”, como nos descuidemos son una plataforma para justificarnos y situarnos encima de los otros y a costa de su humillación y de su desprecio, nuestra imagen queda por encima. Actuamos desde “arriba”, no desde “iguales”.

5. VIVIR LA MISERICORDIA DESDE NUESTRA PROPIA VERDAD La parábola del Hijo pródigo (Lc. 15) es tremenda. El hijo pródigo es un “cara dura”, que solicita el testamento antes que falte el padre y vuelve a la casa del padre porque tiene hambre. Esa “no autenticidad” de su vuelta, no quita que el padre le esté esperando y se le eche al cuello. Dios no se apiada de nosotros por nuestras justificaciones o arrepentimientos, sino porque sí, porque tenemos un valor previo a todas las justificaciones posibles. Él es el único que justifica, afortunadamente, pero no nos acabamos de fiar; preferimos llevar nosotros esa contabilidad, preferimos amontonar para luego facturar a los demás. Nuestra propia imagen tiene tanta importancia para cada uno de nosotros, que la vamos fabricando cada día y la colocamos delante de nosotros en comparación con los demás. Y es tal la importancia que le damos, que la hemos convertido en un derecho humano. Consideramos intocable nuestra fama. Sólo tenemos que mirar en nuestro entorno y ver como muchos políticos o personajes de cualquier otra clase social se consideran perseguidos e incomprendidos cuando son investigados. Éste es gran problema de nuestros días: el fariseísmo, que se construye sobre la propia imagen. Si nos acercamos al evangelista Mateo (7,1-5) surge la prohibición radical de juzgar a los demás: “No juzguéis y no seréis juzgados”. ¿Por qué juzgamos? Porque nos sentimos seguros frente al otro. Nunca juzgamos y nunca criticamos algo en lo que nosotros estamos implicados. Y el propio Mateo (9,10-13) nos dice: “A ver si entendéis qué quiere decir: misericordia quiero, que no sacrificio”. ¿Por qué damos la vida? ¡Cuántas veces nos sacrificamos y damos la vida para salir en la prensa o recibir el aplauso! Solo podemos vivir esta bienaventuranza desde nuestra propia verdad. En Mt 23 se nos recuerda: “Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: los escribas y fariseos en la cátedra de Moisés se sientan. Haced y guardad lo que os digan pero no hagáis lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen”. “Porque dicen y no hacen”. Aquí radica el problema. Desde la seguridad están, estamos intentando decir qué hay que hacer y qué no debemos hacer. No somos maestros y sin embargo nos gusta situarnos como tales pero desde esta distancia no nos podemos ayudar. Desde la desigualdad no hay posibilidad de misericordia; es más, puede convertirse en manipulación. En muchas ocasiones no despreciamos conscientemente a los demás, pero sí pueden percibir nuestra indiferencia objetiva. En la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14), descubrimos que los dos suben al templo a orar. El fariseo, de pie, da gracias a Dios porque no es como los demás; el publicano no se atreve a levantar los ojos al cielo. El primero no experimenta el ser pecador y como consecuencia la misericordia; el segundo, experimenta la debilidad y no se atreve a despreciar a nadie. ¿Qué nos dice todo esto? Pues que nos molesta estar al mismo nivel que el otro y le miramos por encima del hombro. Jesús nos dice que el publicano bajó a casa justificado y perdonado por Dios. No fue así con el fariseo, puesto que él mismo se había justificado. Si ya te consideras justo ¿para qué quieres a Dios?, ya no necesitas misericordia, porque te consideras tú ya dios.

6. LA VIVENCIA DE LA PROPIA MISERIA ANTE LOS DEMÁS Bien podemos preguntarnos cómo es la experiencia cristiana de la vivencia de la propia miseria. La experiencia más radical de ella es el pecado. Fijémonos en dos pecados: el de Pedro y el de Judas, dos pecados simultáneos y dos desenlaces totalmente opuestos. o Si nos preguntamos ¿quién es Pedro? Descubrimos que es un hombre con buena voluntad. El problema en él es que no se mueve con un profundo nivel de conciencia profunda. Más bien se mueve desde la generosidad y entusiasmo por Jesús, pero en el fondo está utilizando a Jesús para decir que él es el primero. Éste es el problema de Pedro. En plena cena (Mt 26,33), dice Jesús: “Todos vosotros tendréis en mí ocasión de caída esta noche, porque está escrito: heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño, pero después resucitaré e iré delante de vosotros a Galilea. Mas Pedro le respondió: Aunque fueras para todos ocasión de caída, para mí no (aquí estamos reflejados muchos cristianos). Jesús le dijo: En verdad te digo que esta misma noche, antes de que el gallo cante me negarás tres veces. Y Pedro le dijo: aunque tuviera que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo dijeron los demás”. Ésta es un poco la historia del seguimiento de Pedro a Jesús: se está sirviendo de Jesús de hecho, para consolidar su propia imagen de que él es el primero en este seguimiento de Jesucristo. Cuando llega el momento de las negaciones (Jn 18,25-27), Pedro ante el pánico y el desconcierto que siente, niega a Jesús. Encontramos a un Pedro seguro en sus propias actitudes, en sus autenticidades; pero a la hora de la verdad, sus expresiones y formulaciones se vienen abajo. Así nos puede ocurrir a nosotros con nuestras declaraciones y afirmaciones que a nivel subjetivo nos parecen muy fuertes y seguras, pero en la realidad no tienen fundamento vivencial. A Pedro se le cayeron su propia imagen y sus seguridades frente a los demás. En definitiva, estaba usando, con toda su buena voluntad, con toda su generosidad, el seguimiento a Jesús para él decir que era el primero. ¿No nos puede ocurrir a nosotros lo mismo? o Si nos fijamos en Judas, vemos un detalle muy significativo: “Judas vendió a Jesús a las autoridades religiosas”. Él no podía sospechar que el juicio de Jesús pudiese llevarlo a una condena a muerte, porque nos dice Juan que las autoridades religiosas no tenían autorización de Roma para poder ejecutar a nadie. Sabía que lo máximo que le podía ocurrir era un escarnio. Sin embargo, al ver entonces Judas, el que lo había entregado, que Jesús había sido condenado (Mt 27,3), se arrepintió y devolvió las 30 monedas de plata a los pontífices y ancianos, diciendo: he entregado sangre inocente. Hay aquí un pecado y un arrepentimiento. ¿Cuál es la diferencia de Judas con respecto a Pedro? Éste se volvió a la comunidad, fue a donde estaban todos los discípulos. A Pedro le duele el pecado, aunque su imagen quede destruida. Judas no va con los discípulos, sino que se va a los escribas y fariseos a los que le ha entregado y les dice: He entregado sangre inocente. Y ellos le dijeron: ¿Y a nosotros qué? tú verás…Arrojó en el templo las monedas, se retiró y alejándose se ahorcó. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Que Judas tiene un sentido de culpabilidad, pero no desde la autenticidad, sino desde la idealización de su yo y termina por no soportarse. Aquí no había nada de religioso. ¿Qué le ocurrió a Pedro? Que ya no le importa su propia imagen y lo que le duele es lo que objetivamente ha hecho. Lo que ahora le preocupa es el seguimiento a Jesús. En nuestro mundo personal la experiencia de nuestro pecado hay que vivirla desde Jesús y eso nos ayudará a recuperar la fraternidad. No debemos considerarnos superiores a nadie. Si nuestra entrega está llena de debilidad, entonces nos apoyamos, no en nuestras autenticidades y seguridades, sino en el perdón de Dios. Es en el encuentro en la debilidad, no en el disimulo, no en la trampa, no en la hipocresía donde podemos recibir el perdón. Es en la fraternidad donde descubrimos la posibilidad de ser ayudados, ya que no nos creemos superiores a los demás, porque hemos descendido, hemos empezado a poder sentir hermanos. El reconocimiento de nuestros fallos es el punto de arranque del encuentro con Dios y con los demás y el camino para ese encuentro es la misericordia del buen Dios que abraza todo nuestro ser y hacer. Esta Bienaventuranza viene a minar nuestra propia imagen para poder ser hermanos. Experimentemos el servicio como un privilegio y no como una generosidad. Ahora es el tiempo de hacer un mundo mejor desde la gratuidad, una Iglesia más comprometida desde el anonadamiento. Esta Bienaventuranza es un grito liberador del pánico de nuestra imagen, eso que a veces es intocable y que tanto daño nos hace.

7. A NOSOTROS NOS TOCA ELEGIR La oferta está hecha. A ti, a mí, a todos nos toca elegir si seguimos por la ruta de las Bienaventuranzas o por nuestra ruta segura y atrincherada. La justicia y la misericordia van tan unidas que la una sostiene a la otra. Una justicia sin entrañas de madre es cruel y una misericordia sin justicia es disipación y marca la distancia desde arriba a abajo en la relación de las personas y no desde la fraternidad humana. En este Año Jubilar se nos invita a tener un corazón ocupado por la misericordia porque consideramos que la desgracia del otro la debo vivir como propia y el dolor del otro me debe doler como propio. Pero, cuidado, no interpretemos la misericordia como el dar limosnas o hacer una colecta especial… La misericordia es una sensibilidad de corazón, un amor ante los defectos de los demás, una paciencia que espera lo mejor de los otros. Por tanto no es misericordioso el que murmura, juzga y condena aunque sea solamente interiormente. Con razón se ofrece la misericordia a los misericordiosos para que reciban más de lo que han merecido. ¡Descubramos la misericordia que Dios tiene con nosotros y desde ahí seamos misericordiosos con los demás!

Salmo desde la misericordia

Tú Señor, eres santo, tú eres limpio, amas la verdad del corazón; comprendes nuestros fallos y caídas: enséñanos sabiduría.

Rocíanos con el agua pura de tu amor y quedaremos limpios lávanos en la sangre de tu corazón y quedaremos más blancos que la nieve.

Mira nuestra tristeza: devuélvenos el gozo y la alegría, y haz que salten de gozo las fibras de nuestro corazón. No te acuerdes más de nuestros fallos, tú, Jesús, que eres bueno.

Líbranos cada día de caer en la red de la tiniebla. Líbranos, Señor Jesús, de la violencia y del egoísmo, y danos fuerza para gritar las maravillas de tu perdón.

Abre nuestros ojos, abre nuestras manos, abre nuestro corazón a la reconciliación y la paz contigo y los hermanos.

 

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