Comen tario evangélico. Domingo 4º Ordinario, ciclo A..
El rostro del Amado
El rostro de mi amado es la eucaristía. Cuando, a comienzos del Tercer Milenio, san Juan Pablo II quiso mostrar un itinerario -un plan pastoral- para la Iglesia se refirió a la contemplación del rostro de Jesús y esto se logra de un modo perfecto en la contemplación y adoración de la eucaristía. Cuántas cosas de su misericordioso corazón nos enseña con su presencia silenciosa y no solo nos las muestra, sino que nos las da. Unida a la eucaristía celebrada y adorada está la palabra de Dios, las escrituras santas y, de un modo especial, el cumplimiento del plan salvador en los evangelios. Y dentro de ellos… san Mateo y las bienaventuranzas, que bien podría resumirse poniendo en labios de Jesús una frase como “bienaventurados los que, muertos y resucitados conmigo, viven mi misma vida”.
¿Cómo meditar sobre las bienaventuranzas? Tengo para mí que el punto de vista ético no es el primero: vive pobremente, vive mansamente, llora, ansía la justicia, practica la misericordia, limpia tu corazón, trabaja por la paz y la justicia… Hasta cierto punto, vivir así es algo deseable. Muchos no lo aceptarían. Y si no lo aceptan, es porque no creen en Jesús. Los seducidos por las bienaventuranzas fueron los que lo crucificaron. Les había sonado bien el mensaje del monte, les había gustado la idea, pero no creyeron. Entonces, ante esto, ¿qué punto de partida propongo? Descubrir en las bienaventuranzas el rostro de Jesús, contemplarlo y enamorarnos de su persona. Porque ya lo sabemos: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”, escribe Benedicto XVI.
Jesús, el bienaventurado, abre un nuevo horizonte a mi vida y en ese horizonte siempre sale el sol, nunca declina, nunca se acaba su luz ni su calor ni el bienestar real que nos regala. ¿Bienestar? Sí. El verdadero bien-estar es la bien-aventuranza que un día será la vista y posesión de Dios en el cielo y que hasta entonces es vivir en la felicidad con que Cristo nos bendice. Esta bendición está en proporción directa con el insulto y la persecución, por eso cuando nos persiguen somos ‘bien’ felices, bienaventurados. Esto de ‘bien’ felices es una fórmula de nuestros pueblos para significar ‘muy’, ‘mucho’ o incluso ‘plenitud’. Por cierto, como apuntaba la profecía de Sofonías, esta bienaventuranza es la característica de un pueblo: el pueblo de los humildes que confían en el Señor.
En medio de este resto, brilla María. Ella sí que es bienaventurada. Si le preguntas por el secreto, sonreirá, altiempo que te señala a Jesús puesto en su regazo.
José Antonio Calvo