Comentario evangélico. Domingo 14º Ordinario, ciclo B.

Incansable al desaliento

Con dificultades o sin ellas: siempre adelante

      Podía haber pensado Jesús que no merecía la pena seguir llevando a cabo su misión si en todos los pueblos le iban a recibir como le sucedió en el suyo. Cualquiera se podría haber desanimado. Jesús, no. Por eso la última línea de este evangelio es clave: Jesús sigue en la tarea predicando por los pueblos de alrededor. Jesús sigue predicando, siempre adelante.

El Dios que presenta Jesús provoca escándalo

       Al principio del evangelio hay dos detalles importantes: Jesús fue a la sinagoga no cualquier día sino el sábado. Este era el día en el que toda la comunidad judía se reunía para dar culto a Dios que al acabar la obra de la Creación, el último día, el sábado, descansó. El otro detalle es que Jesús, en esta ocasión, no enseña en las plazas o en la calle, sino que lo hace en la sinagoga: el recinto sagrado donde se proclama la Torá y donde los rabinos explicaban las Escrituras Sagradas. Ambos detalles nos hablan del cuidado tan exquisito de Jesús que quiere observar respetuosamente las tradiciones de su pueblo. Una vez en la sinagoga Jesús inicia su enseñanza. Ante ella la primera reacción por parte de los oyentes es el asombro. Claro, Jesús les está presentando un Dios totalmente cercano, un Dios que es Padre. El rostro de Dios que los judíos estaban acostumbrados a oír era otro muy distinto: un Dios lejano, inalcanzable, inaccesible, misterioso… Por eso el asombro. Por la reacción de los vecinos parece que ese asombro inicial pasó a un escepticismo sobre el propio Jesús, y empezaron a cuestionar su sabiduría, sus milagros, su familia, sus parientes… Hasta tal punto que del asombro pasaron a escandalizarse ante las palabras de Jesús. La frase que Jesús pronuncia a continuación refleja su decepción y con ella se coloca en la línea de otros profetas bíblicos que también fueron rechazados por su propio pueblo.

¿Y nuestra actitud ante Jesús?

          El evangelista nos dice que Jesús no pudo hacer allí ningún milagro. Es una observación muy importante, porque los milagros de Jesús van necesariamente unidos a la fe. Si en una persona o en un pueblo no hay fe auténtica, Jesús no hará milagros. Solamente realizó algunas curaciones y se marchó de su propio pueblo a los pueblos de alrededor a seguir enseñando. De alguna manera, también nosotros somos los ‘vecinos’ de Jesús: conocemos su vida, su enseñanza, creemos en él. Nos queda no solo conocer, sino vivir y poner en práctica su mensaje. No nos cansemos nunca ante las dificultades, él nos ha dado ejemplo.

Rubén Ruiz Silleras

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