Comentario evangélico. Domingo 11º Ordinario, ciclo B

Discreto y silencioso pero imparable

El Reino es de Dios y está en marcha

       Así, en un frase, podríamos definir el Reino de Dios según nos lo dibujan estas dos parábolas que Jesús nos explica en el evangelio. Discreto y silencioso, pero imparable. El campo, la tierra, la semilla, la cosecha…, son todo imágenes de la vida ordinaria para la gente que escuchó a Jesús. Jesús utiliza su vida ‘ordinaria’ para llevarles el mensaje del Reino. También nosotros necesitamos hacer ‘familiar’, ‘cercana’ esta Palabra de Dios. A veces podemos desalentarnos  pensando que la tarea es ardua y bien difícil en los momentos actuales. Sin embargo, estas parábolas quieren ser un canto a la esperanza, ambas quieren desterrar de nuestras vidas todo atisbo de pesimismo. El Reino es de Dios, no nuestro. Él es quien lo hace progresar, pero para ello (y no es detalle menor) quiere contar con nuestra colaboración.

Primera parábola

       La parábola de la simiente plantada en la tierra nos invita a la serenidad y a la confianza absoluta en Dios. El hombre sin saber muy bien cómo sucede va constatando que la semilla crece y, a su tiempo, da los frutos esperados. Este sembrador es el prototipo del creyente que confía en Dios. Sí es verdad, solo Dios es quien hacer crecer la semilla de una forma silenciosa y discreta, pero el papel del hombre no es para nada irrelevante: él ha sembrado la semilla y él recoge el grano cuando llega la siega. Este hombre sabe que todo depende de Dios, pero también sabe que con su sencilla aportación colabora a la construcción del Reino de Dios.

Segunda parábola

      La parábola del grano de la mostaza nos invita a ver que Dios actúa, la mayor parte de las veces, sin hacer ruido. ¿Cómo es posible que del grano de la mostaza (que es diminuto, de veras) crezca un árbol tan grande? La rapidez que a veces exigimos los hombres contrasta con el tiempo de Dios. Él hacer crecer el árbol de la mostaza poco a poco, día a día. Por eso Jesús también nos está indicando con esta parábola la importancia de trabajar en el día a día por el Reino de Dios. En la cotidianeidad de nuestra vida, en nuestro trabajo, en nuestra familia, en nuestra parroquia… ahí, estamos llamados a ser testigos y constructores de este Reino. Dios puede llevar adelante su Reino él solo, pero ha preferido contar con nosotros. En esta tarea ninguno nos podemos sentir poco importantes o innecesarios. Dios se sirve de nuestra debilidad para hacer cosas grandes, para llevar adelante su Reino. Pongamos nuestra vida al servicio de esta hermosa tarea.

Rubén Ruiz Silleras