La penitencia interior (3-3-2013)

LA PENITENCIA INTERIOR    

Queridos hermanos en el Señor:
    Os deseo gracia y paz.    Los números 1430 a 1433 del Catecismo de la Iglesia Católica presentan una importante síntesis sobre la “penitencia interior”.
      El nº 1430 destaca que la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia, como ya hicieron precedentemente los profetas, no se orienta, en primer lugar, hacia las obras exteriores, sino “a la conversión del corazón, la penitencia interior”. Si no existe esta dimensión profunda, las obras de penitencia pueden ser estériles y engañosas. Sin embargo, la conversión interior se expresa en auténticos signos, gestos y obras penitenciales.
      Lo manifiesta nítidamente el profeta Joel: “Pues bien -oráculo del Señor- convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo, misericordioso, lento a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del castigo” (Jl 2,12-13).   
    El nº 1431 explica: “La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido”.
      Y añade: “Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia”.
      Los Padres de la Iglesia denominaron “aflicción  del espíritu” o “arrepentimiento del corazón” al dolor y la tristeza saludables que acompañan a la conversión del corazón.
      El nº 1432 nos sitúa en la raíz de la situación humana: “El corazón del hombre es rudo y endurecido”. Por ello,  “es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo”.
      El profeta Ezequiel presenta este anuncio del Señor: “os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26).
      La conversión, que constituye el horizonte fundamental de la Cuaresma, “es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones”. El libro de las Lamentaciones se expresa así: “Haznos volver a ti, Señor, y volveremos” (Lam 5,21).
      Comenta el Catecismo de la Iglesia Católica: “Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo” (nº 1432). Y completa la reflexión: “El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron”.
      Leemos en el profeta Zacarías: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de perdón y de oración, y volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron” (Zac 12,10).  
      El nº 1433 recuerda que es el Espíritu Santo quien “da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de la conversión”.
    Dirijamos nuestra mirada hacia Jesús crucificado. Contemplemos su amor. Escuchemos su palabra. Pidamos la gracia de que el Señor haga volver hacia Él nuestros corazones y que nos conceda la fuerza para comenzar de nuevo, con nuevo ardor, nuevo entusiasmo, nuevo vigor, el camino de nuestra peregrinación cuaresmal.     Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

 

+Julián Ruiz Martorell, obispo de Jaca y de Huesca

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